9 de mayo de 2013

Nos dieron la tarea de observar a alguien y crear una historia


Era una tarde nublada y helada, me encontraba sentado en plaza de armas frente a los evangélicos que gritan su fe a los cuatro vientos, después de 20 minutos de risas internas (no por menospreciar sus creencias, sino porque me da risa cuando la gente grita por megáfono) decidí irme de ese lugar, en verdad no me fui muy lejos por que termine donde la gente se pone a jugar ajedrez y si bien nunca fui bueno en este juego, siempre me pareció interesante. Me quede mirando ahí un buen rato y entre tanto viejo jubilado que había por los alrededores, uno de ellos resaltaba, mientras todos jugaban con caras seria, él sonreía al mover cada peón.

Le puse el nombre de Venceslao ya que así se llamaba el papá de mi nonno y en verdad el nombre siempre me pareció chistoso, llevaba un viejo abrigo gris, una larga bufanda de colores, un par de grandes lentes que combinaban con su gran nariz y una corona de pelo alrededor de su calva principal.

Venceslao tiene 83 años, es viudo y está jubilado, fue relojero durante toda su vida tal como su padre y aunque le queda poco tiempo en este mundo, se toma todo el tiempo necesario para mover cada pieza en el tablero. Todo movimiento que hace es cuidadosamente calculado, cada peón es tan importante como una torre o un caballo, Venceslao lo sabe y espera no perder ninguno de ellos ante su adversario. El ajedrez es lo único que le queda, su esposa murió hace 14 años y sus hijos viven repartidos en el norte y el sur, no sabe mucho de sus nietos y estos tampoco de él. Si bien es un hombre solitario, todos los días conoce gente nueva que practica el mismo pasatiempo que él, es ahí la razón de su gran sonrisa, en realidad no se encuentra solo.

Vive en una pequeña pieza que arrienda, su jubilación no le permite lujos, tiene una pequeña mesa donde toma té y come pan fresco todas las mañanas de una panadería cercana. Todas sus paredes están llenas de relojes, tic-toc  día y noche y si no fuera por su leve sordera, cada vez que las manecillas marcan las doce le daría un paro cardíaco.

Usa las piezas blancas, ya gastadas con los años y con sus huesudas manos ya no tan hábiles como antes, las mueve despacio por el tablero, después de cada movimiento mira a su rival, levanta sus blancas cejas y sonríe aún más en señal de que su turno ha terminado y mientras espera a mover de nuevo, juega con una torre que perdió hace unos turnos atrás.

Por un descuido mueve un alfil donde no debería, su rey queda desprotegido, su adversario mueve un caballo y así queda en jaque, Venceslao mira el tablero, después de un minuto sin mover ninguna pieza, lo vuelve a mirar, sabe lo que ha pasado su rey ha quedado descubierto y ningún movimiento que haga lo salvara, Venceslao sonríe, mueve la torre que le queda a un peón cercano, después de eso es jaque mate.

Venceslao no es el mejor jugador, si bien ha jugado ajedrez casi el mismo tiempo que ha sido relojero, nunca ha sido el mejor y en verdad eso no le molesta, no tienes que ser el mejor en todo y eso está bien, Venceslao disfruta el ajedrez, disfruta conocer gente nueva, disfruta proteger a su rey.

Lo escribí para dirección de actores y mañana lo presento, escribir me ayuda, también estar lejos de mi casa.

chaito y buenas noches.

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